
Llegamos y nos hicimos un sitio entre la pequeña multitud. En unos minutos instalamos nuestro campamento y nos fuimos a bañar. El agua fría no hizo sino que calentar los ánimos de algunos de los presentes, como testigo de lo que digo, hay momentos captados por el ojo que lo ve todo dando fe de ello. Y no es para menos. Pieles tostadas al sol brillaban bajo gotas de agua y aceites, diminutos bikinis tapaban lo poco que dejaban a la imaginación, algún que otro bañador reprimía deseos insatisfechos de aquella tarde de sol.
Y cantamos... trocitos de canciones de todas las épocas. No había manera de que nuestro cumpleañero, inquieto hasta la saciedad, nos deleitase con una entera. Y si alguna vez tuvo intención, fue interrumpido por la aprendiza de risas, que aprovechaba la inspiración de nuestro artista homenajeado, para dejar fluir sus pensamientos en alta voz. Pero se lo vamos a perdonar, porque nos mostró una faceta que no conocíamos ni ella recordaba: su vena artística. Nos sorprendió arrancando notas a la guitarra y sacó del baúl de los recuerdos, sus viejas y bellas canciones. Y que bonita estaba. Con su pamela blanca, sus lentes negras, su piel morena y su sonrisa retando al sol.
Y la viuda... radiante, era la felicidad hecha mujer. Contenta por el éxito de sus bocatas –gracias por recordar mis gustos-, disfrutando como hacía tiempo no veía, y orgullosa, muy orgullosa de la tremenda humanidad de su chico, aunque celosa de sus palabras. Lo vamos a mejorar, ¿verdad mi bella viuda?
Y nos reímos, una vez más nos reímos, porque hasta en el río, nuestra nueva integrante del grupo, conocía gente. Y nos reímos ante lo cómico de la situación. La noche anterior nos presentó gente sin parar... sí, sí, sin parar: sin parar de bailar, sin parar de beber, sin parar de hablar... interrumpía TODO, para podernos presentar...
Y la pareja que el agua nos trajo, se unió a la tarde de río.
Y después de brindar con copas de champán, como no podía ser menos en un lugar tan hermoso, pregunté la hora y me fui corriendo. Ni llevaba zapatos de cristal ni eran las doce de la noche, pero es que fuera de los cuentos, la vida no es tan liviana y hay necesidades que necesitamos atender y bueno, ¡que me cerraban el super!
“Aún recuerdo aquel día que nos fuimos a bañar, aquel agua tan fría y tu forma de nadar, en el río aquél tú y yo...”