Ariadna

Cuenta la leyenda que había una vez una ninfa con busto de mujer y cuerpo de pez, que encandilaba y extraviaba a los navegantes con sus cánticos. Dicen que era muy bonita, tanto, que aquellos que osaron contemplar tanta belleza quedaron ciegos de hermosura. Sus cabellos, dorados como el trigo, ondeaban al viento y acariciaban a los navegantes, que una vez estaban cerca, se enredaban y quedaban atrapados en las ondas de su pelo. Los ojos, como imanes, azulados, atraían y secuestraban las miradas. Su sonrisa, su sonrisa dicen que era tan tierna, que el navegante perdía el rumbo. En realidad se decía muchas cosas, pero nadie la había visto jamás. Los más viejos del lugar, en las frías noches de invierno, se reunían en torno al fuego y contaban las más diversas y extrañas historias acerca de Ariadna, la reina de las sirenas...

El mar embravecido golpeaba con furia la pequeña galera. La tripulación estaba agotada de tanto remar. El viento azotaba las velas sin piedad y los alejaba del rumbo. Estaban asustados, cansados y sin fuerzas. Llevaban varias horas luchando contra el temporal. No entendían qué estaba pasando. Horas antes no había viento. El cielo estaba completamente despejado. No habían visto nunca un cambio tan brusco. El capitán no dejaba de gritarles palabras de aliento. Era una lucha difícil, lo sabía, pero no podían rendirse. Los golpes de mar eran tremendos. En dos ocasiones el barco pareció zozobrar. De pronto, una ola gigantesca envolvió el barco...

En mitad del mar, algo flotaba en las aguas azules como hojas de aciano. Era un trozo de madera, sobre ella el cuerpo de un hombre yacía a la deriva.

Cansado de remar a ninguna parte, sin fuerzas para buscar alguna orilla, el capitán se abandonó a la suerte y ya sólo esperó que la muerte no fuese cruel, fuese compasiva. Boca arriba contempló el cielo estrellado y escuchó el silencio de la nada. Una ligera brisa se levantó y le llevó a sus oídos una dulce melodía.
-¡Qué hermosa canción! La muerte ha sido generosa conmigo y ha venido tan silenciosa que no la he oído llegar -dijo en un susurro. Giró el rostro hacia el lugar de procedencia del cántico y vio a lo lejos, bañada por la luz de la luna, la figura de una mujer recostada sobre unas rocas.
-No estoy muerto –pensó. Allí está la orilla.
Sacando fuerzas de donde no tenía, hundió las manos en las aguas transparentes como el más puro cristal y remó con furia. A medida que avanzaba la melodía se oía más limpia, más pura. Los sonidos habían llenado de extrañas notas los oídos del náufrago. Embrujado por la sinfonía remó y remó hasta que... La tabla chocó contra el arrecife y el mar lo engulló de nuevo. Quiso subir a la superficie pero estaba tan agotado que no fue capaz. Poco a poco se fue al fondo. En el descenso contempló plantas prodigiosas, con tallos tan flexibles, que parecían bailar a un frenético ritmo. Miles de peces de colores... ¿Qué era aquello? –se preguntó. Un castillo con muros de coral... Ya no pudo contemplar más. Sus pulmones amenazaron con estallar. La vista se le nubló, el corazón le oprimió el pecho, un horrible zumbido le agujereaba el cerebro cuando unas manos le agarraron por detrás, mientras él, quedaba inconsciente.
Al despertar, estaba sobre la arena de una playa. Una mujer le miraba. Nunca había visto tanta hermosura. Su piel era delicada como pétalos de rosa. Los ojos tan azules como el mar profundo. El pelo, largo y sedoso, arremolinándose al viento. Era como una aparición. Y su sonrisa, su sonrisa le encandiló...
-¿Quién eres? -le preguntó.
-Ariadna-. Su voz sonó tan dulce como una macedonia de frutas.
-Ariadna... ¡qué nombre tan boni... - De nuevo quedó sumido en un profundo sueño. A la mañana siguiente, cuando ya el sol despuntaba, se despertó con el sonido del mar y las gaviotas. Seguía en la playa aparentemente desierta. Se incorporó y miró hacia el mar. Pensó si no había quizás soñado: la tormenta, el naufragio, la hermosa mujer... Pero no, sus ropas hechas jirones lo confirmaban. Comenzó a caminar por la orilla del mar ilusionado con encontrarla, pero fue inútil. No la vio. Cuando ya la noche había caído, regresó, y agotado se echó sobre la arena. Contempló el cielo, la noche estrellada. Nunca le había parecido el cielo tan bonito, ni tan grande, ni tan limpio. Sintió una paz tan profunda que llenó su estómago vacío. Por una extraña razón, se sintió feliz de estar allí.
El rumor de las olas pareció alterarse suavemente. Se sentó y miró hacia el mar. Estaba sereno y tranquilo. A lo lejos creyó ver un brillo en la oscuridad. ¡Otra vez! Seguro que era un delfín -sonrió al pensarlo. La luna grande y generosa iluminaba la superficie del mar. El "delfín" daba saltos en el aire y caía al agua con gran estruendo. Esperó el siguiente salto para disfrutar de semejante visión. Pero no hubo más saltos. Del mar emergió una mujer vestida con una seductora sonrisa y con los pechos desnudos.
Hechizado se levantó y se adentró en el mar. Sus manos se unieron a las de ella que le esperaba con los brazos extendidos. Ariadna, le invitó con un gesto. El náufrago, perdida toda voluntad, silencioso la siguió y entonces se dio cuenta que no era exactamente una mujer, medio cuerpo era pez. Ariadna le enseñó las maravillas del fondo del mar. Cuando necesitaba oxígeno para poder continuar, con un apasionado beso le insuflaba aire a sus pulmones.
Pasaron días de intensa felicidad. De puestas de sol abrazados. De amaneceres inolvidables. Estaba tan enamorado, tan ciego de pasión, que olvidó que alguien le esperaba tras esas puestas de sol.
Pero una tarde el cielo se encapotó. Hubo rayos y truenos. Buscó a Ariadna con la mirada. Allí estaba ella, tan hermosa. Sentada en una roca, sin miedo a la tormenta. Los rayos caían zigzagueantes sobre el mar y ni se inmutaba. Cantaba una preciosa canción que le recordó la noche del naufragio, y entonces pensó en lo ocurrido aquella noche...

A lo lejos un barco arrió sus velas. Entre la tripulación hubo pánico y terror.

... Estaba la noche tranquila. De pronto la tormenta, la melodía, el naufragio, Ariadna su salvadora o... ¡No!, no podía ser. El capitán se acercó a ella y la abrazó. Con los labios rozó su pelo y sintió un escalofrío. Ariadna le miró. Su mirada le penetró hasta la médula.
-¡Que ojos tan bonitos! -susurró el capitán. ¡Qué boca tan bonita!. Acercó sus labios y la besó.
Con cada beso que le daba notaba como le robaba el alma, como perdía la voluntad. Como su debilidad se iba haciendo patente y como Ariadna parecía más viva, más hermosa, más...
De pronto los ojos le empezaron a picar. El fuerte escozor aumentaba por momentos. Llevó los puños a los ojos y los frotó, pero cuando intentó abrirlos, ¡no pudo! Sus párpados estaban sellados para siempre. Extendió la mano buscando a Ariadna, pero no la encontró. Asustado gritó en la noche:
-¡Ariadnaaaaaaaaaaa!.

Sólo un relámpago dio muestras de oír la llamada y contestó iluminando el cielo. Un fuerte estruendo se oyó a lo lejos...

Comentarios

Chaitan ha dicho que…
si es que uno no se puede fiar de las sirenas ni de sus canticos...
besos
Anónimo ha dicho que…
Me ha encantado tu relato, tu tambien tienes nueva seguidora... gracias por pasarte, por cierto, como me has encontrado?? jeje

Un saludo
nuse ha dicho que…
Seguro que el relato es bonito pero he de confesarte que no lo he leido.
Ya me gustaría disponer de tiempo para leer estos post tan larguisssisssimossssssss
jajjajajaa
Besitos!
Anónimo ha dicho que…
Hola ;)

Hermosa historia... ¿Pero a dónde se fue la sirena? Un día regresará, seguro que sí :)

Que bien escribes, enhorabuena.

;o)
. ha dicho que…
Ariadna tambien se llamaba la mujer del laberinto del minotauro.
Bonito nombre.
M.G.G. ha dicho que…
A yo: "malos tiempos para la lírica", ya sabes: de las rubias tampoco ;-)

A alycia: en el país de las maravillas no podía faltar fantasía.

A nuse: te entiendo, si no fuera mío, yo tampoco lo leería!!

A corazón: pues verás, la sirena un buen día... ¡bueno! eso pertenece a otra historia que ahora no voy a contar :)

A dr.m: sabiendo que hay un doctor entre nosotros, ya puedo escribir más tranquila. Por cierto, me has recordado un texto que tengo por ahí, sobre un laberinto, lo buscaré...

A todos: muchas gracias por pasaros por aquí, os dejo un texto de esos que me gustan a mi. Besitos

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